Mi primer cambio drástico fue a
los catorce años, aunque empezó a los seis cuando misteriosamente decidí
empezar mi escuela primaria en una escuela católica apostólica romana. Digo
misteriosamente porque mis padres no eran católicos y yo no estaba bautizada
siquiera. Así es que jamás se supo de dónde vino ese llamado hacia la religión…En
algún momento de mi vida llegué a creer que eran cosas del destino. Como si el
destino forzara los caminos de la gente sin molestarse en disimular. Nietzsche
tuvo un padre pastor y por eso era tan anti religioso. A mí me pasó algo así,
pero sin ser Nietzsche. Claro que mi padre no era pastor ni por asomo, pero los
seis o siete años de primaria con catequesis obligatoria marcaron mi
personalidad para siempre de un modo poco feliz. No voy a enumerar toda la
cantidad de traumas que me dejó la religión al pasar por mi psiquis, pero puedo
decir como ejemplo la cuestión del autocastigo, la culpa y un antecedente
importante de paranoia a partir de la supuesta omnipresencia de dios.
A los once años dejé de
confesarme, porque si dios era omnipresente y superpoderoso bien sabía qué
cagadas me había mandado yo sin necesidad de ningún intermediario. Así que
empecé una relación directa con él y dejé para siempre de ir a la Iglesia. Ya a
los catorce, (también hice unos años de secundaria ahí) un cura se tomó a mal
mi inocente pregunta y todo terminó por desbarrancarse. A la mierda la
religión, es todo mentira.
¿Por qué, si dios es amor, las
monjas no se pueden casar?
Nunca entendí la parte ofensiva
de la pregunta…

De adulta leí a Borges, y me volví panteísta.
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