…Me doy cuenta de la existencia
de un cuadro pequeño que siempre estuvo ahí. Me lo señala un ángel que me mira
a los ojos. Sé que nadie más lo ve. Trato de ignorarlo esperando que la imagen
del ángel desaparezca, pero no lo hace. Me sigue mirando y espera que vaya a
descifrar un mensaje. Me acerco a él. Su cara es pálida, está vestido con ropa
oscura, azul. Tiene alas y aureola. Toda la casa oscureció y se ha convertido en
una casa paralela.
Descuelgo el cuadro que tiene viñetas con dibujos y texto. Son seis viñetas.
Artísticamente me parece maravilloso. Deduzco que el autor del cuadro es el
ángel. Le pregunto qué quiso decir. Algo me explica, pero no logro entender del
todo. O lo he olvidado. En ese momento, en mi casa, hay una reunión familiar y
con gente conocida. Alguien cuenta acerca de un invento, un simulador de
sensaciones. ¿Querés meterte en una pileta? El simulador hace que creas que
estás en una pileta y lo sentís como si fuera real. Yo no estoy de acuerdo con
que eso sea maravilloso y comienzo una discusión acerca de la verdad. Mientras
tanto el ángel sigue ahí, mirándome, como esperando algo de mí. Decido irme a
la calle a caminar para despejar mi cabeza…
Al volver a mi casa me abre la puerta otro ángel, de remera amarilla. Me
da la impresión de que es dulce, bueno y protector. Me siento a una mesa con
tres ángeles más y les pregunto sobe el cuadro. Aparece el primer ángel e intenta
asustarme. Los demás ángeles le dicen que no lo haga, y él repite dos o tres
veces la frase “atacar o irse” como una ley universal o un mantra mientras me mira fijamente.
Yo me voy y siento su mirada en mi espalda.
Pienso que siempre me imaginé a los ángeles de otra manera, no así, tan
tétricos como el ángel oscuro... Después, estoy de vuelta en la reunión
familiar, en la dimensión correcta, en mi casa original. El cuadro que siempre estuvo ahí es en realidad un
espejo.
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