Entraba al mar junto a un grupo de humanos. Era de noche. Nadábamos por
debajo del océano junto a otras especies, como ballenas y tiburones, y
llegábamos hasta las profundidades más remotas. Allí nos encontrábamos con
otros peces gigantes y desconocidos que nadie ha visto hasta ahora ni, en
consecuencia, ha podido clasificar. Lo milagroso de todo esto era que ninguno
de esos animales, claramente carnívoros, nos lastimaban…era como si ya
estuviera decidido de antemano que no nos comerían. Había una unión cósmica y
misteriosa entre ellos y nosotros. Daba la sensación de que perseguíamos un
mismo objetivo, y que ese objetivo era más importante que la cadena alimenticia
y todo lo demás…
El mar oscuro, el silencio, los peces milenarios a mi lado, el agua
sosteniendo mi cuerpo en movimiento. Era una sensación de paz y perfección (si
es que la perfección se puede sentir) que
jamás experimenté en el reino terrestre de los humanos.
El segundo milagro fue nuestra
capacidad (imposible, claro está) para respirar abajo del agua. (Lo más obvio a
veces pasa desapercibido…) Es que la forma de distinguir un sueño es a partir
de lo milagroso. En todo sueño siempre hay un milagro, o dicho de otra forma,
siempre hay una tergiversación o deformación del tiempo y del espacio, y de las
categorías lógicas en general (rigen otras leyes) Pero, a veces, esas leyes
diferentes se manifiestan en un único momento clave, el momento en el que uno
se da cuenta de que está soñando. En esos casos siempre hay un símbolo, una
llave. ¿Pero hacia donde nos conduce? ¿Hasta dónde uno puede dejarse llevar?
Sueños como alarmas. Últimamente los sueños me han salvado de errores que no me habrían hecho para nada feliz. Creo, que nos conducen a nuestra mismidad para que no nos enterremos en el olvido. Soñemos por siempre y para siempre. Nos vemos el fin de semana largo, abrazo Ire!!
ResponderEliminar