Descoser la mortaja de símbolos, aferrarse
momentáneamente a la idea del Destino, volver a la cueva con los ojos para
adentro y encontrarla vacía. Y sumar el vacío propio y empezar a sumar ceros, acumularlos para que formen algo: una ficción…
Es que cuando se vuelve, la cueva está tal
cual como la dejamos. Pero uno nunca es el mismo y hay que recrearla. Y además, pegarse los
pedacitos de cuerpo y alma con plasticola, aunque utilizando la imaginación para
lograr una nueva combinación que no nos autoaburra ni nos autolastime. Y así
uno se automuere y se autonace miles de veces en esta misma vida, lo cual es
bueno y esperanzador en los difíciles momentos en que estamos automuertos. (Porque
no es lindo estar automuerto, tal vez estar verdaderamente muerto sea mucho
mejor, pero no queremos eso: somos mortales, comemos bife.)
Amanda Mandarina
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