Ella no lo entendía. Su novio se lo explicó una y otra vez. Todos los
días. Con paciencia de caracol o de cangrejo. Ella seguía sin entender. No
había forma. Él se lo explicó de mil maneras distintas, le dio ejemplos de lo
más variados y ocurrentes, analogías que, seguramente, hubieran sido sumamente
eficaces para lograr la comprensión de cualquier otra persona. Pero a ella no
le cerraba… es decir, alcanzaba a entrever la idea, pero no la veía del todo… o
lo que veía no era suficiente. Además, lo poco que llegaba a vislumbrar se
borraba al otro día como los detalles de un sueño al despertar.
Un día, mientras se bañaba, una pompa de jabón (que en realidad era de shampoo) hizo plop! frente a su cara y, al mismo
tiempo, él entró a alcanzarle la toalla que se había olvidado en su dormitorio.
Entró y la miró sin ninguna mirada particular, sin decir una sola palabra. En
ese exacto momento ella comprendió. Y se murió.
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