Mientras tanto, en el mundo de Amanda Mandarina...

   Puedo volar. Pero nadie lo sabe. Aunque tampoco es un gran secreto. Me escapé de un psiquiátrico comunitario. Ojo, yo era una enfermera. Sí, como Charly García. Un paciente peligroso, perverso y anciano me amenazaba, no me dejaba en paz. Había dos problemas: uno, que nadie más podía ver que él me amenazaba; dos: que yo nunca estudié enfermería ni psicología ni nada y no podía manejar la situación, por eso remonté vuelo y me fui a buscar otro lugar más acorde a mi persona y a mis capacidades.  Cuando me fui era de noche, y no tenía puestos mis anteojos. Eso y la altura no me dejaban ver el nombre de las calles, por eso me perdí (aunque tampoco tenía muy en claro a dónde quería llegar). La cuestión es que me pasé toda la noche volando de aquí para allá, desorientada. Las chicas de una fiesta se rieron de mí cuando les pregunté dónde estaba y cómo hacía para irme. Se reían de mi desorientación y de lo absurdo. Creían que era una loca suelta. Pero claro, ellas no sabían que yo andaba volando literalmente, buscando un lugar que no sabía cual era. Me fui. Llegué a otro psiquiátrico, pero no era comunitario, era un mega-psiquiátrico-boliche. Ahí sí, me encontré con mucha gente conocida, con amigos, amigas, parientes. El problema es que volví a encontrar al anciano perverso, pero ya que nadie podía ver que él me amenazaba, yo me acerqué a él y le dije con una voz que nadie más que él podía oír todo lo que me vino en gana. Lo injurié, traté de herir sus sentimientos, de meterle el dedo en la llaga, pero él sólo se sonrió y me dijo que yo exageraba. Y se fue. Tenía las manos esposadas. Subió por una escalera mecánica al segundo piso, lugar destinado a los tipos peligrosos. Si no eras peligroso no podías entrar, era la zona vip. Cuando me fui a dormir a mi casa tuve miedo. Yo sabía que si el anciano se escapaba iba a ir directo a buscarme y a cumplir su amenaza. Me odiaba tanto como yo lo odiaba a él. De hecho, cuando estaba dormida me desperté porque escuché un ruido que venía de la parte posterior de la casa, de las habitaciones ancestrales que hacía 100 años no se abrían (mi casa es muy antigua, la heredé de mis ancestros). Yo misma me dije, “debo estar sugestionada”, pero cuando miré hacia la ventana vi su cara. Estaba ahí, inmóvil. Han pasado varios meses y todavía sigue ahí, inmóvil. A veces pienso que tal vez está muerto. Sea como sea no me animo a acercarme para verificarlo. Los pájaros se posan y cagan sobre su cabeza y sus hombros. Tiene los ojos abiertos, pero ya no sé que miran, porque ya no me miran más a mí. 


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