Así como lo ven a Muddy. tan
tranquilo y apático, una noche dejó pelado a
un hombre que lo desafiaba. Se imaginarán que tuvo que desafiarlo mucho para lograr que nuestro apacible Muddy montara en cólera…
La cosa fue así: Muddy estaba
con dos amigos, salían de un bar. De una camioneta repleta de gente se bajaron ocho hombres borrachos injuriando a Muddy y a sus amigos. Uno de los amigos de Muddy no podía contener la rabia, pero Muddy lo tranquilizó y le dijo que no valía la pena. En realidad a él le da fiaca el solo hecho
de imaginar una pelea con alguien. No es tanto la paz y el amor al prójimo lo
que le inspira ese abstenerse a pelear, sino que, realmente le parece un gasto de energía
y voluntad grande e inútil. Pero uno de los ofensores pronunció las palabras mágicas, las únicas que podían lograr enfurecer a nuestro protagonista.
Era la primera vez en su
vida que se peleaba físicamente con alguien. Al hacerlo, se dio cuenta de que
tenía fuerza, más de la que se imaginaba. De hecho, se dio cuenta de que el desafiante era mucho más débil. Montado sobre su victimario lo sostenía contra el piso, presionándole el cuello, mientras que con la otra mano
le arrancó todo el pelo compulsivamente, y le pegó muchas trompadas, también compulsivas. En un momento, vio
que el desafiante tenía cara de dolor y tristeza, y automáticamente lo soltó, y
un gran y hondo arrepentimiento inundó su alma y su corazón. “¿Qué he hecho?”
se preguntó a si mismo. Y salió corriendo, aturdido, convertido en un monstruo
con cabeza y torso de rinoceronte, abriéndose paso entre toda la gente que se
había acercado a mirar y que veían a Muddy como a un brutal asesino en
potencia, y al otro hombre como a una indefensa víctima.
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