Reflexionemos

   Hace poco pensé "¡los errores de ortografía a veces son actos fallidos!"...ningún descubrimiento fantástico, pero no se me había ocurrido antes, ni lo había leído, ni nada. La cuestión es que, casualmente, ese mismo día me encontré con esto:

(...) " ¿Y si la ortografía no fuera más que una broma?" 
   Pero no es una broma inocente, como bien sabemos. (...) Lo sorprendente no es el carácter arbitrario de nuestra ortografía, sino que esa arbitrariedad sea legal. A partir de 1835, la ortografía oficial de la Academia tiene valor de ley incluso ante los ojos del Estado; la "falta de ortografía" se sanciona desde los primeros estudios del pequeño francés: ¡cuántas vidas truncadas por culpa de unas cuantas faltas de ortografía!
   El primer efecto de la ortografía es discriminatorio; pero también tiene efectos secundarios, incluso de orden psicológico. Si la ortografía fuera libre -libre de ser o no simplificada, a gusto del usuario-, podría constituir una práctica muy positiva de expresión; la fisonomía escrita de la palabra podría llegar a adquirir un valor poético en sentido propio, en la medida en que surgiría de la fantasmática del que escribe, y no de una ley uniforme y reduccionista; no hay más que pensar en esa especie de borrachera, de júbilo barroco que revienta a través de las "aberraciones" ortográficas de los manuscritos antiguos, de los textos de niños y de las cartas de extranjeros: ¿no sería justo decir que en esas eflorescencias el individuo está buscando su libertad: libertad de trazar, de soñar, de recordar, de oír?¿No es cierto que llega a suceder que encontramos algunas faltas de ortografía particularmente "felices", como si el que escribe estuviera escribiendo en ese momento, no bajo el dictado de la ley escolar, sino bajo el de una misteriosa orden que llega hasta él desde su propia historia, quizá desde su mismo cuerpo?
Y, en sentido inverso, en la medida en que la ortografía se encuentra uniformada, legalizada, sancionada por vía estatal, con toda su complicación y su irracionalidad, la neurosis obsesiva se instala: la falta de ortografía se convierte en la Falta. Acaba uno de enviar una carta con la candidatura a un empleo que puede cambiar su vida. Pero ¿y si no ha puesto una "s" en aquel plural? (...) Duda, se angustia, como el que se va de vacaciones y ya no se acuerda de si ha cerrado bien el gas y el agua de su domicilio y teme que acaso esto acarree un incendio o una inundación. Y, al igual que semejante duda impide al que se va de vacaciones disfrutar de ellas, la ortografía legalizada impide al que escribe gozar de la escritura, de ese gesto feliz que nos permite poner en el trazado de una letra m poco más que la simple intención de comunicar. 
   ¿Y una reforma de la ortografía? Numerosas veces se ha pretendido hacerla, periódicamente. Pero ¿a santo de qué rehacer un código, aunque mejorado, si de nuevo es para imponerlo, legalizarlo, convertirlo en un instrumento de selección notablemente arbitrario? Lo que debe reformarse no es la ortografía, sino la ley que prescribe sus minucias. Lo que sí podría pedirse no es más que esto: una cierta "laxitud" de la institución. Si me gusta escribir "correctamente", es decir "conformemente", soy bien libre de hacerlo, como lo soy de encontrar placer en leer hoy en día a Racine o a Gide: la ortografía legal no deja de tener su encanto, en la medida en que es perversa; pero que las "ignorancias" o las "distracciones" dejen de castigarse; que dejen de percibirse como aberraciones o debilidades; que la sociedad acepte por fin (o que acepte de nuevo) separar la escritura del aparato de Estado del que forma parte; en resumen, que deje de practicarse la exclusión con motivo de la ortografía.

Roland Barthes, La libertad de trazar


Y nada...me quedé pensando. 

Comentarios

  1. Dicen que a Fontanarrosa le tenían que corregir todo porque tenía una ortografía de mierda.

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