Dos rectas paralelas nunca se cruzan

Me amás

Pero no me amás

Te amo

Pero no te amo

Y así

Hasta

El infinito

Hondo y voluptuoso poema que dejó Ella otra vez arriba de la mesa al descuido, para que Esteban lo leyera. Ella era al revés que Pessoa (y que Esteban), amaba sí, pero esperaba lo mismo a cambio. Tal vez por eso lo amaba, porque él la amó primero (justamente porque Ella no lo amaba).

 En realidad, este fue el último de una serie de poemas y dibujos que fue dejando todos los santos días durante una semana antes de irse a trabajar (ella se iba antes de que él se despertara), y tal vez porque le daba vergüenza confesar su amor fue que evitó cruzarse con él todo ese tiempo. Conocía perfectamente sus horarios después de vivir juntos un año y unos meses.

 “Esto se llama histeria”, pensó él un poco despectivamente al leer el poema. Un momento después, salió a la calle, se prendió un cigarrillo, caminó dos pasos y dejó de pensar en Ella. Algo que no dejaba de hacer desde que la conoció. A partir de ese momento él fue quien comenzó a evitarla porque su presencia empezaba a molestarle. Le molestaba que lo amara. La idealización que en torno a Ella se había construido cayó de un golpe, como un disfraz. Ella estaba un poco confundida, hasta que finalmente tuvo que asimilar que él ya no la amaba. Al hacerlo sintió un dolor tan grande y profundo que no pudo evitar ir hasta la cocina y clavarse en el corazón el tramontina que Esteban utilizaba para comer. Tuvo que clavárselo varias veces. No funcionaba. Probó con la cuchilla. Funcionó.

Cuando Esteban la encontró, ya era tarde. La besó como nunca lo había hecho cuando Ella vivía. Se desesperó, volvió a idealizarla, lloró. Lloró tanto que provocó una tormenta, la más terrible después del Diluvio Universal. Y así fue como Esteban murió ahogado en su propio llanto, y como el mundo pereció bajo la lluvia apocalíptica.

Fin