Cuando Esteban era chico se enamoraba, pero su amor eran tan
intenso como fugaz y las pobres víctimas caían fácilmente en su trampa. De
adulto también se enamoraba de la misma manera, pero con una nueva
característica: usaba (inconscientemente, claro está) a sus novias y/o amantes
como bastones en los que se apoyaba con toda su existencia cargada de falsa y
brumosa melancolía. Tanto gris, tanto gris, terminaba por aburrir y agobiar a
sus pobres víctimas que lo abandonaban, lamentándose siempre un poco porque en
el fondo era un tipo agradable (pero a ninguna le quedaba fuerzas para bucear
tanto en su interior.) Por otro lado, la fugacidad de su amor nunca quedaba en
evidencia y su intensidad se veía confundida. Así es que siempre, por una cosa
o por la otra, sufría más que el resto.
La única mujer que escuchó incansablemente sus monólogos
monosentimentales y monocromáticos, fue ella. Después de esa tarde lluviosa
(que no fue ninguna excepción porque en dónde estaba Esteban, llovía), se
hicieron muy amigos. Él se enamoró intensamente de ella por el simple hecho de
que ella no le correspondía. Hablaban de sexo como si fueran amantes. Pero no
lo eran. A él le brillaban los ojitos grises y su cara otra vez era la de un
niño. Ella no se enamoró de él porque percibió que era mucho mejor ser su amiga
que su novia. Esa decisión inteligente no fue azarosa ni gratuita, le costó
miles de relaciones anteriores escabrosas y terribles. En el fondo, ella traía de su
infancia la fantasía de la damisela en apuros y de entrada percibió que Esteban
era un hombre muy poco práctico. El caballero que rescata a la damisela en
apuros tiene que ser, por lo menos, práctico. Si, por ejemplo, ella está
manejando su auto por una ruta desolada y lejana y se le rompe la bujía, el
motor o lo que fuera, no puede venir Esteban a sentarse a su lado y decirle que
el mundo es una mierda. Y era lo que Esteban seguramente haría, aunque supiera
cómo arreglar el auto.
De todas maneras, ella tampoco era un ángel caído del
cielo. Ella podría haber sabido que cada vez que hablaban de sexo, él moría por
acostarse con ella. De hecho, ella lo sabía, pero se autoengañaba y se decía a
sí misma “no le pasa nada conmigo, soy yo la que pienso que el piensa que le
gusto” y cosas así. La cuestión es que empezaron a estar juntos mucho tiempo.
Iban juntos a todos lados. Sobre todo él dependía mucho de ella. Ella le decía
qué comprar en el supermercado, qué comprar en la librería, qué comprar en los
negocios de ropa. Le hizo comprar ropa de
colores fuertes (para que no usara tanto gris). Ese fue el colmo de los colmos.
Todo eso para él era un gran sacrificio que hacía por ella, aunque ella no
quisiera verlo. Ahí fue cuando le pidió que se mudara con él. Ella, siempre
autoengañada, le dijo que sí con los ojos inmensos y brillantes y una gran y
roja sonrisa. Y así vivieron casi un año.
Un día, ella abrió la puerta como todas las noches, y además
de vino, traía consigo a un hombre: su nuevo y flamante novio. Se escucharon en
todo el edificio los quiebres del corazón de Esteban, pero ella pensó que había
sido otra cosa y no le dio mayor importancia. Le dio un beso, le preguntó que
tal le había ido en el trabajo y le presento a Roberto. Roberto dio por sentado
que Esteban era gay. Y así es como llegamos a tener en esta historia a tres
autoengañados tomando vino y hablando de trivialidades que no importan a
nadie como el clima, el tráfico y esas cosas.
Lo que ninguno de ellos sospechaba era que el amor no era ni
por asomo producto de cuantiosas e infructuosas elucubraciones mentales, sino
que, todo en el amor era cuestión de azar. No tengo un doctorado en amor, ni
nada por el estilo, pero creo que debajo de todos nuestros autoengaños sabemos
que el momento de la casualidad es el factor decisivo en estas cuestiones, y
que por esa simple razón se le suele llamar “magia”. Y digo “casualidad” porque es la palabra más
al alcance de la mano que tengo. Creo que en realidad ni siquiera existe una palabra
para “eso”.
Fin.
Me vinieron a la mente algunas cosas al leer...
ResponderEliminarPrimera cosa: este tema ► http://www.youtube.com/watch?v=ejr5adkZfSk (ignorad el video)
Segunda cosa: con respecto a eso de que "los caballeros tienen que ser prácticos" (amé el ejemplo). Creo que, como tuve la oportunidad de estar con un tipo práctico y, actualmente, estoy emparejada con Mr. Caos, puedo opinar. El práctico es conveniente... pero el caótico, fascinante. Te dan ganas de matarlo todo el tiempo, pero jamás te aburre (algo a lo que sí tiende el otro espécimen). Aunque, bueno, no hay que generalizar, porque uno nunca sabe y blah, blah, blah.
Tercera cosa: la reflexión final. ¿Nunca sentiste ciertos encuentros como predestinados?, como si tuvieran un motivo importante para suceder. Siempre tuve esa corazonada... y al final, el paso del tiempo terminaba develando los motivos. Re loco.