Ella vivía
atrás de una colina empinada. Estaba huyendo de un huracán en bicicleta, pero
de camino se encontró con la pareja de adolescentes tardíos de sus pesadillas.
La perseguían sin parar con actitud burlona porque en el fondo la deseaban y le
tenían envidia. Ella nunca había sentido nada parecido, pero les deseaba la
muerte pronta y definitiva. Se volvió hacia el huracán, porque era el mal peor,
y se encerró en su casa, decidida a morir si así lo determinaban las circunstancias,
con tal de que ellos también murieran al seguirla. De hecho, los perseguidores murieron
mientras trataban de voltear la puerta en medio de risotadas idiotas,
blandiendo contra ésta sus decadentes cuerpos. Se los llevó el
remolino y no se supo más de ellos. Nadie los recordó jamás, por el contrario,
el mundo dio un suspiro de alivio.
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