No puedo decir que no fue un sueño

   Entro a un negocio de ropa y accesorios femeninos. Recién había cobrado y quería comprarme algo lindo, pero no sabía qué. La vendedora me muestra carteras. Una azul con espejito es la que más me gusta. Me comenta que hoy es un día especial: me cuenta que en este negocio, en vez de tener días de oferta o algo así, tienen un día en el que esconden algo y el que lo encuentra se lo lleva gratis. Hoy han escondido una cartera muy hermosa, la más hermosa, la reina de las carteras que cuesta $800. Miro a mi alrededor y no veo el lugar atestado de gente buscando como locos, como yo hubiera creído. Sólo hay dos chicas que, pacientemente, ya han revuelto casi todo el lugar y aún no han encontrado nada.  También veo que hay un colchón tirado en el suelo, en un rincón. Sin dudarlo, me acuesto en el colchón y me duermo para soñar que me gano la cartera. 
   Efectivamente sueño con que me gano la cartera y que me voy contenta del negocio con una sensación casi desconocida para mí, y muy sana. Es un  sueño muy real. Cuando empiezo a darme cuenta de que no es la realidad, una voz interior me dice que me levante inmediatamente de ese colchón, que no sea estúpida, y que por lo menos intente encontrar la cartera. A su vez, mientras más fuerte habla esa voz, una cosa interna poderosa no me deja despertarme, sella mis ojos con fuerza, inmoviliza mi cuerpo estrujado invisiblemente contra el colchón. Así  en lucha, estoy un tiempo indeterminado (es imposible saber cuánto tiempo pasa mientras uno está en guerra civil por dentro) De repente, la voz le gana a la fuerza y de una patada me saco las sábanas de encima y abro los ojos, gritando. La gente que está en el negocio me mira. Me da vergüenza. No puedo explicarlo. Pero no han encontrado la cartera. Un duende esperanzado brilla desde mí y me pongo a buscar.

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