Atlántida


La tierra fue inundada por el agua turbulenta de los mares. Corrimos hacia uno de los únicos tramos de tierra que quedaban en el mundo. Gris como todo lo demás. Pero no era tierra, era la misma serpiente, la causa del fin del mundo, el monstruo gigante y submarino que desde la eternidad aguardaba en las profundidades y que ondulaba impetuoso ahora que estábamos sobre él. Yo caía al mar, y abajo del agua ella intentaba agarrarme con sus patas para destrozarme, (patas que tenía por toda la parte inferior de su fabuloso cuerpo). Yo me veía caer lentamente a mi misma hacia la oscuridad, sin retorno posible. Y sentí la angustia, la desesperación, y por último, la falta de esperanzas. La falta por completo.

Pero una vez en el fondo vi una ciudad. La ciudad de los muertos. Todo era oscuro. Tal vez era el Tártaro. Después, comencé a vislumbrar algunas luces. Aquella ciudad estaba habitada por fantasmas  que convivían con peces, algas y pulpos antisociales. Pero podíamos respirar, o al menos vivir, o al menos estar muertos pero con vida porque, después de todo, “¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.” (James Joyce, Ulysses)





Comentarios

Publicar un comentario